Por Arturo García
Visitar el estudio de Isidro Xilonzochitl, Xilotl, era parte del itinerario durante mi reciente visita a Chapala.
Catorce años de distancia produjeron una serie de cambios físicos en todas las cosas. La Cueva, el antiguo estudio del artista, a quien indistintamente llaman Chivo por pereza, ya que es menos difícil de pronunciar que Xilotl, y tiene una sílaba menos que Isidro, ya no existía. Allí se había gestado un movimiento cultural importante en una etapa trascendental del artista, avivada por el combustible de nomenclaturas etílicas y de una revolución social producida por la globalización, y la industrialización de la creatividad a través de la internet entre otras cosas. La comunidad de San Juan Cosalá también lucía distinta, con un censo arquitectónico desmesurado en el corredor principal y una robusta ración de topes que es como le llaman a los reductores de velocidad que sirven también de salvavidas ante los enjambres de niños que salen corriendo de sus viviendas por todo lo largo de sus angostas calles ahora adoquinadas. Cientos de ellos; criaturas bípedas que corren como electrones detrás de pelotas, de perros; delante de papalotes, de patines del diablo; se corretean entre sí, toreando coches, motonetas, caballos y camiones que transitan las calles vendiendo gas o comprando fierros viejos.
Venciendo los obstáculos antes mencionados, por fin estaba allí, frente a una casa azul de dos pisos, con dos puertas y una banca de concreto donde siempre hay niños sentados, recargando baterías para seguir corriendo. Adentro estaba el maestro, Xilotl, rodeado de niños. Eran sus nietos. Parecían mariposas. La escena me recordó a Mauricio Babilonia. ¡Chivito, Chivito! gritaban en unísono. Ellos eran extensiones biológicas del maestro, y sin duda, llevan el ADN que hace al artista ser una especie de alquimista de sueños con sus manos, convirtiéndolos en valiosas creaciones que se comunican con quienes las aprecian. Los niños de la nueva Cueva jugaban con barro, con libros, con pinceles, con material reciclado. Había mucha vida y esta no tenía nada que ver con el antiguo estudio, poblado por seguidores de la decadencia, igual que el artista otrora. Había pasado algo. Se percibía el cambio con todos los sentidos y en todos los sentidos. Olía a óleos que daban ganas de tocar por su textura, la vista danzaba entre un cuadro y otro dando brincos entre esculturas y otras instalaciones; un coro de niños alternando con un tropel de pájaros, era la polifonía de trasfondo, sólo interrumpida de vez en cuando por los maullidos de un pequeño felino que no sabe si es gato o es niño. Todo aquello dejaba un suave sabor a vida.
Caminar por los pasillos angostos atiborrados de arte fue como caminar por un túnel suspendido en algún sitio del universo donde el tiempo no cuenta. Aunque el arte de Xilotl es un constante cambio evolutivo a la maravilla, el estilo está allí, como la estructura de una célula, inmutable, impávida, única. Ahora eran barcos de papel por donde el espíritu creativo se pasea a lo largo y ancho de lienzos llenos de color y de textura. Los niños que le rodean sirven de inspiración y terminan poblando esos cuadros, comparten el espacio con perros, tortugas, peces voladores, pájaros amarillos; hay mucha vida en la obra de Xilotl. Porque tengo años de conocer al Chivo y porque juntos hemos recorrido callejones oscuros y senderos luminosos, entiendo su obra de manera especial. Su obra y mi espíritu han coqueteado desde hace mucho tiempo: un idilio que se remonta a principios de los noventa, cuando el arte de Xilotl comenzaba a descollar entre la panda de artistas de la ribera de Chapala. El arte tiene el poder único de tocar las cuerdas invisibles del alma produciendo con ellas notas musicales tan íntimas y únicas que sólo pueden ser escuchadas y sentidas por quien las experimenta. Eso no es cosa del artista, pero sí un privilegio saberse poseedor de la mano que es ese conducto comunicativo entre el arte y el espíritu. En el estudio que también es tienda de materiales de arte, galería, guardería, escuela, taller y cafetería, se gestan riquísimas tertulias y charlas como ya poco se ve. Los aparatos nos han ido arrebatando poco a poco esa capacidad de socializar. Pero el estudio de Xilotl se rebela y sirve de ateneo donde se vuelve a sentir primitivo, elemental, humano. Mientras se habla de arte, literatura; se filosofa o se critica, uno puede apreciar el trabajo nuevo del maestro: óleos, grabados, esculturas y otras manifestaciones creativas, en su mayoría disponibles a la venta.
En el segundo piso, donde el artista atrapa sueños, hay un estudio donde pude apreciar piezas que llegué a ver en La Cueva lustros atrás y que ahora sirven de testigo resiliente ante la adversidad del tiempo y de todos los obstáculos por los que el artista tiene que atravesar en su andar por el mundo. Los cuadros viejos son como los sabios mayores de las tribus que han sido testigos de todo. Mi visita al estudio de Xilotl, fue como visitar un temazcal donde todo lo que se podía respirar era arte. Allí sentí mi espíritu rebozar, y cargarse de la energía que sólo el arte puede ofrecer.
Si visitas la ribera de Chapala y aprecias el arte, ir al estudio de Xilotl debe ser parte del itinerario. Un regalo para el espíritu.
Esta es su dirección: Estudio de Arte y Galería Xilotl, Porfirio Díaz No. 120 Pte. San Juan Cosalá, Jalisco CP 45820.