Javier Raygoza Munguía
La Semana Santa siempre es esperada con ansia por los habitantes de la ribera de #Chapala porque es la temporada en que se puede mejorar un poco la economía local… Dependiendo del nivel del lago; sin embargo la Fe de la gente siempre está ahí y no faltan los comentarios salpicados de añoranza y nostalgia de que hubo tiempos mejores que ya no volverán.
También cada Semana Santa se incrementa el padrón del ambulantaje en los malecones, porque oportunistas fuereños aprovechan las vacaciones o indiferencia de los funcionarios municipales para acomodarse en espacios del malecón, calles y banquetas y hacen su agosto, ya que saben de sobra que los comerciantes locales, como son desunidos y grillos entre sí, no se organizan para cuidar su espacio… Y esto no es mito, es la pura realidad.
Desde hace ya varios años, las delegaciones de Ajijic y San Antonio Tlayacapan llevan a cabo sus respectivos Viacrucis, al igual que los conductores que transitan por la carretera Chapala-Ajijic padecen su propio viacrucis cada fin de semana, puentes y días festivos o diario cuando hay un accidente.
Respecto a la Semana Santa, el mito dice que la actual calle Degollado, se llamaba calle del Calvario porque parece que por ahí se hacía la procesión en Semana Santa.
El mito más difundido alevosamente por muchos “cronistas” es de que el Presidente de la República, Porfirio Díaz, “venía anualmente a Chapala como desde el año 1904 en la Semana Mayor (de lunes a lunes) y que siempre llegaba a la finca El Manglar, propiedad de su concuño el Lic. D. Lorenzo Elízaga “El Chato”.
Está documentado que la familia Braniff, que adquirió la finca en 1909 donde actualmente está el Restauran Cazadores, la ocupaban cada año en temporadas vacacionales de Semana Santa.
También está documentado que el General Abelardo Rodríguez, Presidente de la República, pasó la Semana Santa en Chapala en 1933.
Al principio de la década de los 60, la mayoría de las personas de Chapala, con tiempo anticipado, se preparaban para recibir la Semana Santa y tomaban muy en serio esos días ya que eran costumbres muy antiguas “los estrenos”, para ello, unos se iban a Guadalajara a comprar pantalones marca Gacela y camisas Medalla, que eran la moda, los más; adquirían sus telas en la tienda de don Felipe Huerta, Ramiro Anaya o Toña Pérez, y don Gabriel Flores, el sastre, y otros no se daban abasto cosiendo pantalones de dril o mezclilla y camisas de dril.
Las costureras de moda eran: María Dolores Oliva “Lola”, Gregoria Valadez “Goya” y María del Rosario Becerra “Chayo”.
Los “popis” como se les llamaba a la gente de Guadalajara, propietaria de fincas de verano, con tiempo enviaban a su servidumbre a realizar la limpieza para que cuando ellos llegaran estuvieran óptimas y así poder disfrutar del período vacacional.
De estas familias se llegaban a ver en Chapala en esos días eran: los Zetter, Collignon, Rivas, Robles, Fajarado, Sahagún, Barragán Hermosillo, González Gallo, Preciado, Ochoa, de la Peña, Corcuera, Vallejo, Moya, Dipp, Arce, Antuñano, Ladrón de Guevara, Francis, Escanes, etcétera, todos ellos daban vida durante dos semanas al Club de Yates de Chapala, donde organizaban competencias de esquí acuático, velerismo, moto náutica y otras actividades, que hacían lucir más la belleza del lago.
Ya próxima la Semana Mayor, venía la instalación de los puestos de vendimias y fritangas; las loterías, juegos mecánicos con su rueda de la fortuna, volantín, la ola, las sillas voladoras, el tiro al blanco. Se instalaban en la calle J. Encarnación Rosas, la que posteriormente se hizo peatonal al hacer la ampliación de la plaza pública.
A partir del Jueves Santo, la afluencia vehicular de ingreso a Chapala era un hilo constante, todas las calles y otros lugares se saturaban de automóviles.
La cooperativa de Autotransportes Guadalajara-Chapala, que se situaba en la esquina de Morelos y Juárez, muy de mañana iniciaba sus corridas, se cuenta que esta empresa tenía que contratar autobuses de otras líneas, ya que sus unidades eran insuficientes en este período vacacional. Por la noche, eran filas de personas hasta de tres cuadras esperando regresar a su lugar de origen.
La playa principal era insuficiente, por la gran cantidad de gente y mientras se asoleaban veían navegar las lanchas rápidas con sus esquiadores, los veleros que surcaban a lo lejos, y anclada y como a cuarenta metros de la playa, la última canoa sobreviviente de la época de comercio navegable en el lago: “La Paloma”.
En la playa se rentaban trajes de baño, llantas salvavidas, canoas de remo y deslizadores.
Las lanchas iban y venían llevando y trayendo a la Isla de los Alacranes o simplemente haciendo viajes por la ribera.
El Beer Garden, estaba siempre lleno con música de mariachi o conjunto, salvo el Viernes Santo que se suprimía la música.
La parroquia de San Francisco de Asís, durante todos los días Santos era muy concurrida.
Al concluir los actos religiosos en la parroquia, como a eso de las ocho de la noche, la plaza pública se atiborraba con gente a dar la vuelta.
Los hombres caminaban alrededor del cuadro en sentido opuesto a las mujeres y comenzaba la clásica frase para la conquista que era: “Me regala una flor y a la vuelta se la pago”, también era muy usual romper cascarones en la cabeza de las damas y los vagos les echaban confeti en la boca a las adolescentes. Todo esto al compás de la banda de música.
La radio en esos días, trasmitía sólo música instrumental y los inspectores de salubridad, aun en vacaciones, extorsionaban a los restauranteros vendiéndoles a fuerzas boletos para “corridas de toros” inexistentes o cuando acababan de comer con su familia se presentaban con los dueños como funcionarios de gobierno, para pedir un descuento de por lo menos el cien por ciento.
En aquellos años, era común que en esos días se ahogaran algunos turistas que encervezados se metían a la laguna y se enredaban en la tripilla; la mayoría eran del centro de la república, burócratas que deambulaban por la playa en calzoncillos de futbol con calcetines y zapatos.
La Pantera Rosa, los restaurantes de Acapulquito, y algunos del centro y por supuesto el Beer Garden, el Jueves y Viernes santos estaban siempre llenos; luego el Sábado de Gloria se quemaban los Judas; el domingo de Resurrección la gente iba a misa quizás agradeciendo que les fue bien y se preparaban para el siguiente año.
Algunas veces en el primer lustro de mi vida escuché a las encargadas del mantenimiento hogareño de mi casa, mientras se limpiaban-con una pierna empotrada en el lavadero- que en cada Viernes Santo se abría una cueva en el cerro de San Miguel… Pero no me acuerdo por qué o para qué, ya que me entretenía sentado en una sillita viendo como se pasaban un trapo húmedo por sus muslos color canela… Y se lo compartían… Pero esa es otra historia.