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María Guadalupe Mata Navarro


Por Cristina Flores

Conservar mi vida ha sido una lucha constante, muy dura pero enriquecedora, ya que el estar tantos años cerca de la muerte me ha enseñado a agradecer cada segundo de mi existencia, disfrutar los amaneceres, la compañía de mis seres queridos, valorar las amistades sinceras y el verdadero significado de la palabra amor. Soy Guadalupe Mata y padezco Esclerosis Múltiple desde hace 24 años.

No me gusta que la gente me compadezca pues considero que Dios y la vida me han puesto en este camino y lo acepto con humildad, aunque debo confesar que ha habido períodos muy difíciles en los que sólo mi fe y el amor de mis seres queridos me han ayudado a seguir adelante.
Me crié dentro del seno de una familia trabajadora y fuerte en donde desde pequeños nos enseñaron a ganarnos el sustento diario. Soy hija del famoso Francisco Mata Razo (el “Chino Mata”) y de Doña María Navarro González, quien a su vez es hija del Maestro José Navarro, fundador de la recordada Banda de música Niños Héroes.


Nací un 20 de diciembre de 1974 en Ajijic, Jalisco. Soy la última de los siete hijos que procrearon mis padres, quienes son ampliamente conocidos por ser dueños de la “Fonda El Chino Mata” ubicada en los portales de la plaza de Chapala.
Estudié en la escuela del Estado Magdalena Cueva y en la Secundaría Foránea No. 1. Desde muy chica ya ayudaba en la fonda de mis padres lavando trastes. Tengo muy presente que por utilizar agua, jabón y cloro por muchas horas, la piel de mis manos y mis uñas sufrieron severos daños hasta el punto de casi perderlas.


A los 17 años sufrí un accidente muy grave estando, junto con mi sobrino Armando de 5 años, en un jaripeo en el poblado de Casa Blanca (Delegación de Poncitlán). Estábamos sentados en lo más alto de la plaza de toros cuando ésta se vino abajo sepultando cuerpos, matando a tres e hiriendo a muchos.


Yo sufrí el aplastamiento de tres vértebras lumbares, hernias de disco, además de varias heridas en mi cuerpo, afortunadamente mi sobrino salió ileso. A consecuencia de dicho accidente duré cuatro meses paralizada de todo mi cuerpo, por lo que los doctores me pronosticaban el uno por ciento de probabilidades de volver a caminar.


A los 22 años me casé y 12 años después me divorcié. A los 24 años, luego de notar que no tenía fuerzas en mis extremidades, que no podía hablar ni comer y de varias consultas médicas, fui diagnosticada con Esclerosis Múltiple. Esta enfermedad afecta al cerebro y a la médula espinal, ocasiona dolor, fatiga, disminución de la coordinación, etc. Los tratamientos pueden ayudar un poco, aunque no tiene cura.


Después de estar 2 años en silla de ruedas y gracias a varios médicos, terapias, corsé con varillas, aguas termales y tratamientos agresivos, poco a poco fui recuperando la movilidad de cada parte de mi cuerpo hasta lograr volver a caminar.


Aquí quiero de nuevo agradecer la solidaridad de mis amigas y amigos quienes al ver que mis tratamientos eran costosos, organizaron eventos con los que se obtuvieron recursos suficientes para pagar y todavía sobró para comprar sillas de ruedas y medicamentos para ayudar a otros enfermos. Desde entonces y hasta el día de hoy sigo ayudando lo más que puedo.


Soy enemiga de sacarme fotos con la gente que apoyo, yo estoy de acuerdo con el refrán que dice “No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”.


A pesar de lo vivido siempre he sido una mujer alegre, amiguera y fiestera, mi carácter es así y ninguna enfermedad o problema me va a hacer cambiar.


Para distraerme entre un tratamiento y otro empecé a viajar a los Estados Unidos y después de varias visitas conocí a Hugo Manuel Real Ibarra con quien me casé teniendo sólo tres meses de noviazgo, ya que mi enfermedad me ha enseñado que debo sacarle provecho a cada minuto de mi vida.
No le tengo miedo a la muerte, he estado tan cerca de ella los últimos 24 años que he logrado aprender a vivir con dolor, a aceptar mi enfermedad, mi destino y la decisión de Dios.


Mis estancias prolongadas en los hospitales, haber sufrido un infarto, soportar 24 convulsiones en un día y el haber estado en coma, me han dado el tiempo suficiente para meditar, reflexionar y valorar lo que es verdaderamente importante. Adoro la vida pero estoy consciente de la gravedad de la enfermedad que padezco.


Lo único que me pone triste es pensar que me puedo morir antes que mi mamá (en días pasados sufrió un infarto), ya que no quiero causarle una pena más de las muchas que ha pasado, como la muerte de mi padre y la de mi hermana Estela.
Mi madre ha sido mi compañera y ejemplo de fortaleza, así que diariamente saco fuerzas de donde no las hay para seguir adelante hasta que Dios quiera.


Mientras llega ese momento sigo echándole ganas, disfrutando los días menos malos con mi esposo y familia, esperando que las quimioterapias que estoy a punto de empezar hagan su cometido y me ayuden a sobrellevar ocho daños cerebrales, tres en cervicales y cuatro en lumbares que ahora tengo. Antes tenía sólo cinco, pero a causa de la pandemia el Centro Médico suspendió mis estudios y tratamientos.


Algo que me enoja en demasía es ver cómo jóvenes y adultos desperdician y ponen en riesgo sus vidas consumiendo drogas a sabiendas que se están matando por gusto, mientras mucha gente como yo estamos luchando por vivir un día más.


Dice otro dicho que mientras hay vida hay esperanza, así que ahora a mis 47 años me propongo seguir luchando.
Mi mensaje sería pedirle a la gente que piense que la vida es muy breve y que no vale la pena pelear ni desperdiciarla en tonterías, que no esperen pasar por una situación como la mía para valorar lo hermoso que es vivir.

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