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¿La mejor navidad?


¿La mejor navidad?

Javier Raygoza Munguía

¿Las navidades de antes son mejores que las de ahora? Claro que no…

Y por supuesto que sí, los picados por la añoranza defienden que tiempos pasados fueron mejores y aderezan e idealizan sus recuerdos con la misma fantasía de algunos cronistas municipales y aseguran que en sus tiempos la época de navidad era más bonita y los secundan aquellos que están lejos de su tierra, que son los que le ponen más crema a sus anécdotas, inspirados en la nostalgia y la distancia.

Con la güíjola en la boca, muchos adultos de los que ahora andan alrededor de los 60-70 años, recordarán que en la parroquia de Chapala se llevaban a cabo las posadas y los entonces niños cargaban con su güíjola de lámina, un botecito o balde del mismo material, con agua para llenar su instrumento musical y soplarle con ganas.


Aclaro que no usaré el lenguaje inclusivo de ”lectores y lectoras, niños y niñas”; porque en aquellos tiempos no estaba de moda…. Bueno, ya se imaginaran lectores el mojadero y el desmadre de los chiquillos a pesar de las severas regañadas de las “señoritas catequistas” que se encargaban, con poco éxito, del orden y disciplina a pesar de coscorrones o pellizcos que aplicaban de vez en vez con la oración: “No ande jugando en la Casa de Dios”.


En la temporada navideña oía por las noches a los pastores cantar y decir sus coloquios allá por el cerrito de San Miguel; en lo personal alguna vez me tocó ver una pastorela y poco les entendía a los personajes que traían máscara y se escuchaban como si hablaran dentro de un bote de chiles.


Cuando pasaba por el colegio de las Madres, oía su eterno disco de acetato con villancicos españoles.
Mi mamá nos mandaba a la doctrina a la parroquia, (creo que más por penitencia que por pretender ganarnos el Cielo y ser criaturas buenas, obedientes y temerosas de Dios); a la salida de la eterna y aburrida instrucción dogmática de todos los sábados y luego de escuchar cómo nos iba a llevar Lucifer si no obedecíamos a nuestros padres y mayores, nos daban unos boletitos de papel de china que avalaban nuestra asistencia y adoctrinamiento.


La primera vez que llegamos contándole del demonio y esos mitos a mi mamá nos respondió con una sonrisa siniestra: “El diablo soy yo… Ténganme más miedo a mí cabrones.”


Los boletitos de la doctrina se canjeaban por bolos en la temporada navideña. Aquella ocasión, los niños estábamos en el saloncito escuchando la historia del nacimiento del Niñito Dios, de la matanza de Herodes, de los Santos Reyes y todo eso que se contrapone con la historia documentada, pero que cerramos los ojos y nos dejamos llevar por la costumbre y superstición porque es más bonito y todo se acomoda, además yo no voy a tirar mi Nacimiento nomás por eso.


No me acuerdo cómo empezó todo, pero los niños salimos desbocados del saloncito hacia el atrio de la parroquia, creo que porque alguien comentó que estaban ya repartiendo los bolos y nos empezamos a atorar en la puerta de tal manera que no nos podíamos mover, parecíamos cigarros en una cajetilla; los chiquillos que iban atrás de los que quedamos atorados, escalaron la masa de mocosos y nos brincaron; unos muchachos más grandes nos jalaban de las manos y nos atoraban más, yo sentí mojado en mi espalda y no era el agua de las güíjolas, sino un pendejo mocoso chillón que se mió sobre mí. No sé cuánto duró el tapón de llorosos infantes, quizás unos cinco minutos, pero a mí se me hizo eterno.


Llegué a la casa -que estaba a dos cuadras de la parroquia-, oliendo a orines, mallugado y sollozando, pero con mi bolo, que era una bolsa de papel de estraza que contenía, cacahuates, chicles Yucatán, dulces de forma de gajos de naranja, unas colaciones malísimas que se despintaban en la mano, paletas de dulce y creo que un mazapán y con adornada con heno.


Poníamos el bolo… Bueno, lo que quedaba de él, bajo la rama que estaba adornada con farolitos de papel que habíamos comprado con Chepa la de Mere, con heno y unas esferas rojas, (no había de otras) y pelo de Ángel, que nos provocaba comezón todo el día.
Debajo de la rama estaba el Nacimiento con su diablo, la Virgen, San José, el matancero, el ermitaño, los tres reyes magos, un chingo de pastores y borregos y peces bajo un vidrio y patos y cisnes sobre éste.


Cabe recordar que el Nacimiento de la tienda de Don Romualdo por la calle Degollado era uno de los que más me gustaba, porque era muy grande.


El 25 de diciembre, todos los niños ya desde muy temprano estábamos contentos con nuestros juguetes; los más afortunados, pocos, por cierto, presumían su bicicleta; las niñas botaban su pelototas, otras se sentaban en las banquetas con su juegos de té y monas que al acostarlas cerraban los ojos; los chiquillos sacaban a pasear sus troquitas de lámina que vendían en la Tienda de don Felipe Huerta; soldados, o su juego de “El Llanero Solitario, que consistía en un antifaz, un sombrero y una pistola de fierro vaciado con todo y funda.
Por las cuadras de Chapala quedaban residuos de cántaros de piñata y fogatas en ascuas.


Los adultos se encontraban y se saludaban con un “Feliz Navidad” todavía no existía la sangronada esa de “Felices Fiestas.”
Las familias iban a misa presumiendo la camisa, los zapatos o el vestido que les trajo el Niñito Dios.


Claro que los niños que cumplieron con su doctrina, ese 25 de diciembre hacían su Primera Comunión, acompañados de sus padres y padrino que aguantaron con estoicismo la tentación de ponerse hasta las chanclas en la cena navideña, quizás pensando que dentro de una semana festejarían el Año Nuevo en el Beer Garden…


Para algunos decir que las navidades de antes eran mejor, es un mito; porque la mejor navidad, generalmente es cuando eres niño, y por supuesto cuando no hay ausencia de un ser querido; estás completo en la familia y nadie falta para disfrutar el pozole, la carne asada, los tamales o el hogón y reseco guajolote…


Aunque las historias en torno al nacimiento de Jesús y los mitos e imprecisiones que le rodean, la época de Navidad, le da un breve descanso a la mayor parte del mundo y todos nos ponemos en sincronía de reconfortante paz, por un ratito… Feliz Navidad.

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