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Juana Rivas González

“Juanita Rivas”

Por Cristina Flores

La gente que deja su país en busca del “sueño americano” está consiente que para lograrlo deberá trabajar arduamente sin importar cansancio y desvelos, siempre con una mentalidad positiva.

Juanita Rivas es el vivo ejemplo de una chapalense que emigró y logró a base de mucho esfuerzo, estudiar, trabajar en el banco más grande de Estados Unidos y tener, por 33 años, un negocio propio que le aseguró su estabilidad económica por el resto de su vida.

La historia de Juanita Rivas inicia en el Chapala de los años 40s, un Chapala muy diferente al que conocemos actualmente.

En ese entonces nuestro pueblo era un paraíso donde las familias locales se conocían por nombre y apellido y en donde la gente vivía en sana paz que sólo era alterada por los turistas que venían a disfrutar de nuestro paradisíaco lago.

Sus padres fueron el tapatío Pascual Rivas Hernández y Marcelina González Enciso, originaria de Atotonilquillo, Jal. Su papá en su tiempo fue de oficio “burrero” y era quien con sus asnos se encargaba de recoger la mercancía del tren para llevarla a la plaza de Chapala, aunque tiempo después se enroló como “bracero” viajando por temporadas a la Unión Americana.

Juanita fue la primogénita de una familia numerosa ya que después de ella nacieron ocho hermanos más: Ángel, María Eugenia, José Rosendo, Rafael, Ana Rosa, Teresita (murió muy pequeña), Francisca y Teresa.

Su educación primaria la realizó en el Colegio Chapala y al graduarse, al igual que muchas jovencitas locales, su siguiente opción fue estudiar Contaduría Privada en la “Academia Comercial México”.

De esa época Juanita recuerda varias anécdotas que retratan fielmente cómo era la educación y disciplina y para muestra basta un botón.

Resulta que estando en la academia, en tiempos de Carnaval, se le ocurrió ir un rato al “recibimiento” junto con sus amigas, fue tanto el escándalo por el pecado cometido, que al día siguiente fue necesario la presencia de sus padres, pues según el Señor Cura Raúl Navarro las había excomulgado y para revertir la grave falta tuvieron que ir a confesarse al Santuario de Guadalajara.

Su experiencia laboral la inició estando en el último año de la academia cuando al ir caminando por una céntrica calle de Chapala, la interceptó un señor de nombre Jaime Acosta quien le ofreció empleo como secretaria en la entonces Oficina de Pesca, puesto en el que laboró los siguientes seis años.

A la par que transcurría tranquilamente su vida laboral, su vida sentimental también daba frutos y tras cinco años de noviazgo, recibió el anhelado anillo de compromiso, instándola a iniciar los preparativos para la ansiada boda.

No cabe duda que como dice el dicho “uno pone y Dios dispone” ya que inesperadamente por esos días le llegó una carta del Consulado Americano en donde le avisaban que la solicitud que su padre había hecho para emigrar a la familia había sido aceptada y que debía presentarse inmediatamente en San Francisco, California para recibir su Green Card.

Queriendo aprovechar la oportunidad en 1970 Juanita viajó a la Unión Americana prometiéndole a su novio que regresaría tres meses después para seguir con los planes de la boda, pero cuál va siendo su sorpresa que a los pocos días de haber viajado le llegaron noticias de infidelidad de su prometido, rompiéndole sus ilusiones en mil pedazos.

Regresó a Chapala a constatar por ella misma los rumores y con firme determinación devolvió el anillo y regresó de nueva cuenta a California.

Consciente que lo primero que tenía que hacer era aprender inglés, se inscribió en un Colegio Comunitario y al mismo tiempo entró a trabajar en una panadería mexicana. Pocos meses después pudo acceder a una beca que le dio la oportunidad de continuar sus estudios secretariales con tal éxito que fue contratada para trabajar, por los siguientes diez años, en la oficina central del Bank of América.

En 1973 se casó con el señor Fidel Pérez, de oficio soldador y juntos emprendieron una feliz vida matrimonial. Algunos años más adelante el banco les hizo un préstamo y pudieron comprar su primera casa.

En 1984 el destino le puso delante una nueva oportunidad y pudo adquirir un restaurante mexicano al que llamó “La Placita”, negocio al que se dedicó en cuerpo y alma, apoyada por su hermana María Eugenia, algunos empleados y en diferentes temporadas por algunos de sus hermanos.

Por treinta y tres años abrió su negocio de lunes a sábado vendiendo toda clase de antojitos mexicanos (birria, menudo, tamales, tortillas a mano, etc.) además de servir banquetes en fiestas y toda clase de celebraciones.

El esfuerzo de tanto trabajo fructificó y pudo hacerse de más propiedades.

Al cumplir los 67 años sintió que ya era hora de retirarse y para entretenerse se dedicó a hacer voluntariado en casas de adulto mayores y en reclusorios infantiles, labor que le causaba mucha satisfacción pero que a su vez también le traía mucha tristeza ya que el estar lidiando diariamente con las desgracias ajenas le causaba mucha aflicción y conflicto por lo que al tiempo se retiró de esa labor.

En la actualidad su vida junto a su esposo se desarrolla viajando por todo el mundo y regresando periódicamente a Chapala en donde, también se han hecho de algunas propiedades, para vivir con la tranquilidad y holgura que se merecen después de una vida llena de trabajo, sacrificio y dedicación.

Agradezco infinitamente a Juanita Rivas que me haya tenido la confianza de platicarme su historia y darme el permiso para compartirla con ustedes en esta gustada sección.

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